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El Cuento Del Pescador


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El cuento de la lechera deconstruido

Msamaki era pescador, como su padre, como su abuelo y como el abuelo de su abuelo. Su padre le enseñó a pescar, cuando aún era un niño, como siempre se había pescado en su familia. Msamaki cruzaba la playa, se internaba en el mar hasta la cintura y lanzaban la red, tan lejos como le permitía su fuerza, describiendo un arco amplio; luego, despacio, tiraba del extremo de la red mediante unas largas cuerdas de cáñamo trenzado, cerrándola en una bolsa en la que los peces quedaban aprisionados. Las capturas no eran muchas, pero en dos o tres lanzamientos conseguía suficiente pesca para alimentar a su familia ese día; con un poco más de esfuerzo obtenía algún sobrante con el que negociar en el mercado. Y los demás pescadores de la aldea también lanzaban sus redes desde el agua y capturaban pescado suficiente. Y todas las tardes se juntaban en el centro de la aldea y hablaban y cantaban y reían, y los niños jugaban a su alrededor.

Un día, Msamaki observó que cuanto más lejos lanzaba la red, más llena de pescado la recuperaba. Entonces decidió comprar, a plazos, un pequeño bote de remos con el que adentrarse un poco más en el mar, para mejorar sus ganancias. Pronto descubrió que podía capturar el triple de pescado que desde la playa, con el que alimentar a su familia ese día; el resto del pescado lo vendía en el mercado, para pagar los plazos del pequeño bote de remos. Y los demás pescadores de la aldea compraron un bote de remos y también llegaban a pescar lejos de la orilla.

Como las capturas eran un poco justas, ya que todos los pescadores lanzaban sus redes en el interior de la cala protegida, Msamaki pensó que, con un motor, podría acercarse más a los arrecifes donde los peces abundaban. Dicho y hecho, se compró un pequeño motor a plazos para su barca y se acercó a los arrecifes, donde las capturas fueron mucho más abundantes. Así, con los peces capturados, podía alimentar a su familia ese día, y le sobraba suficiente cantidad para venderla en el mercado y así poder pagar los plazos del bote, del motor y la gasolina. Y como la pesca dentro de la cala empezaba a escasear, los demás pescadores se compraron motores para sus barcas y pudieron salir a pescar junto a los arrecifes. Todas las noches, cuando acababan la faena, se juntaban en la plaza de la aldea y hablaban y, a veces reían.

Un día, paseando por el mercado, el cacique del pueblo observó el buen negocio que se podía hacer vendiendo pescado, así que compró un pequeño barco de pesca, con el que podía tender las redes un poco más allá de los arrecifes; las grandes redes permitían obtener buenas capturas y la situación era inmejorable. Entonces montó un puesto en el mercado y, gracias a la abundancia de su pesca, pudo vender el pescado a precios más económicos que los pescadores de la aldea.

Al poco tiempo, las capturas de los pescadores junto a los arrecifes comenzaron a escasear, ya que el barco del cacique interceptaba la pesca antes de llegar a éstos. Msamaki y los demás pescadores apenas capturaban peces y lo poco que podían vender en el mercado no les alcanzaba para pagar los plazos de los botes, los motores o la gasolina; con lo que no conseguían vender, alimentaban escasamente a sus familias. Msamaki perdió su barca y su motor por no poder pagar los plazos y volvió a pescar a la playa, pero apenas llegaban ya peces cerca de la orilla. Los demás pescadores también perdieron sus barcas y sus motores.

Msamaki y los demás pescadores de la aldea fueron a ver al cacique, y le pidieron trabajo en su barco. Y el cacique les ofreció comprar entre todos su barco, a plazos, así todo lo que capturaran sería para ellos. Los pescadores aceptaron y comenzaron a pescar con el barco lejos de los arrecifes; vendían el pescado capturado en el mercado, a un precio menor al que conseguían tiempo atrás, y conseguían dinero para pagar los plazos del barco y la gasolina y, con lo poco que sobraba, alimentaban mal a sus familias. Y algunas noches, muy tarde, se juntaban en la plaza de la aldea y hablaban con las pocas fuerzas que les quedaban después de trabajar todo el día y, muy de cuando en cuando, reían.

Y los demás caciques de las demás aldeas vendieron sus barcos a los pescadores de esas aldeas, y pronto todos los barcos comenzaron a faenar horar y horas, compitiendo por capturar los peces cada vez más esquivos. Los caciques, tras vender sus barcos, negociaron con grandes compañías pesqueras extranjeras, a las que vendieron los derechos de pesca; y éstos aparecieron con sus modernos barcos con grandes redes, que tendían en alta mar a lo largo de millas y millas, trabajando noche y día, llevándose todo el pescado antes de que llegase a la playa, al arrecife y a sus alrededores.


Pronto, Msamaki y los demás pescadores de la aldea, y los pescadores de las demás aldeas, perdieron sus barcos por no poder pagar los plazos. Como ya no había pesca en la orilla, los pescadores tuvieron que emigrar con sus familias a la ciudad. Los más afortunados consiguieron un puesto en alguno de los grandes barcos de pesca, donde les pagaban un sueldo miserable con el que alimentar a sus hijos; los demás intentaron sobrevivir mendigando y buscando algo aprovechable entre los restos del pescado desechado por las compañías pesqueras. Algunas noches los antiguos vecinos se encontraban en el vertedero de basuras de la ciudad, y se miraban sin decir palabra, con los ojos vacíos, y nunca más volvieron a reir juntos.


La banda sonora la pone Rubén Blades: