Archive for abril 2010

La Cigarra y la Hormiga (actualizado)


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La hormiga se pasó todo el verano trabajando como una cabrona; recogiendo grano, bichejos muertos, hojas, fruta pocha... no había sábados ni domingos. Vacaciones, ni pensarlo. Así, previendo que el invierno podría ser duro, la despensa del hormiguero acabó a rebosar ¡el sacrificio había merecido la pena!

La cigarra se pasó todo el verano cantando, de prado en prado, de fiesta en fiesta. No acopió nada, todo lo que ganaba se lo gastaba en luciérnagas y mariquitas, jugando al poker con las tijeretas y los ciempiés, esnifando polen con las avispas y bebiendo zumo de uva y de endrino con los moscones ¡no se podía imaginar una vida mejor!

Poco a poco llegó el invierno, y los bichejos empezaron a retirarse a sus madrigueras, a hibernar. Y las frutas silvestres y las semillas escasearon, y los bichos muertos ya estaban demasiado resecos. La cigarra ya no tenía a quien cantarle, ni siquiera tenía ganas de hacerlo, y la comida ya no venía tan fácil como antes.

Entonces la cigarra se acercó al hormiguero y llamó a la puerta:

- ¡Hormiga, abre, he venido a cobrar!
- ¿A cobrar?¿El qué? - preguntó la hormiga
- ¡Lo que me debes! Me he pasado todo el verano cantando, endulzando tu triste vida con mis melodías; gracias a ello, has podido recoger gran cantidad de comida. Por ello, y siendo generosa, me debes dos montoncitos de grano, quince bichos muertos (incluido, al menos, un escarabajo pelotero), diez arándanos secos y una gota de miel.
- Estás loca, cigarra. Yo no te debo nada, no te he pedido que cantaras, de hecho ni siquiera recogí la comida cerca de tí. No tengas tanta cara.
- ¡Ah! ¿Te quieres escaquear? Pues atente a las consecuencias. Voy a hacer que venga el niño cabroncete para que te pisotee todo el hormiguero, y te queme con la lupa. - dijo la bicharraca verde.

Entonces la hormiga, viendo que tenía las de perder, accedió a las demandas de la cigarra, renunciando a parte de sus ganancias. De la que estaba rapiñando lo exigido, se oyó un sonido dentro del hormiguero.

- ¿Qué es eso que se oye ahí dentro? - preguntó.
- Es el ruido del viento, que se cuela por los agujeros y hace ese silbido.
- Entonces ¿también tienes hilo musical?¿me lo estabas ocultando? Pues voy a hacer cálculos - lo que le llevó un buen rato, ya que la cigarra no tenía estudios y no tiene dedos para contar con ellos - y me debes, a razón de diez migas de pan al mes... ¡pues un par de chuscos!
- Pero ¡si el sonido del viento no lo haces tú! - alegó la hormiga.
- Tonterías, si puedes oir el silbido del viento, también pudiste oir mis cantos dentro del hormiguero, así que ¡paga y calla!

Así que la hormiga entregó todo lo que demandaba la cigarra y se volvió a su agujero, recalculando la mejor forma de afrontar los malos tiempos, con lo que le había quedado en la despensa, mientras la cobradora se iba alegre, buscando más víctimas a las que extorsionar.

Moraleja: trabaja como un cabrón, que tienes que alimentar a un montón de chupasangres.

El resplandor


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Cuando era niño le parecía divertido. Ver de vez en cuando a aquellas personas con un resplandor rojizo saliendo de su cabeza excitaba su curiosidad; sus padres, pensando que era producto de la imaginación infantil, le explicaban el motivo del resplandor con cualquier cuento inventado para la ocasión. Fue divertido incluso el día en que vio el destello rojo sobre la cabeza de su propio padre; sin embargo, cuando al día siguiente murió su progenitor en un accidente de tráfico, comenzó a asociar el resplandor, inconscientemente, con la tristeza y el dolor.

Unos años más tarde, casi adulto, y cuando ya no daba importancia al resplandor que nadie parecía ver, se cruzó con un vecino que portaba el penacho luminoso sobre su cabeza. Y su estupor creció al día siguiente, al ver la esquela, pegada sobre el espejo a la entrada del portal, con el nombre del mismo vecino que había visto afectado el día anterior. Podría ser una casualidad pero, ¿cómo podría ignorar las señales? Comenzó a fijarse en las caras de aquellos desconocidos a los que veía con el resplandor, rebuscando al día siguiente en las esquelas de los periódicos locales la lista de fallecidos; luego, en el lugar del entierro, buscaba las posibles imágenes del finado, con la intención de asociarlas con la cara que recordaba. Poco a poco, llegó a una conclusión aterradora: aquella persona que emitía un resplandor rojizo sobre su cabeza, moriría en menos de 24 horas, y él tenía la facultad de verlo.

Conocer su capacidad le hizo más desdichado ¿cómo advertir a un extraño que su fin se acercaba, si ni siquiera sabía cual sería la causa de su muerte, y mucho menos la manera de evitarlo? Le tomarían por loco, un loco peligroso, un asesino... Pidió consejo a su familia, a sus amigos, pero pocos le comprendieron, le aconsejaron visitar a un psiquiatra, que se tomara unas vacaciones, que se buscara un pasatiempo, que rezara. Y un mal día vió a su propio hermano con el resplandor rojo, y éste le creyó.

- ¿Cómo puedo librarme de mi destino? ¿Qué debo hacer para esquivar a la muerte?
- No lo se, puesto que ni siquiera conozco cual será la causa. Solo se que debo quedarme contigo las próximas 24 horas, encerrados en casa, y así garantizar que no se deberá a un accidente.

Se miró en el espejo y se aseguró que, él mismo, no tenía el resplandor. Se sentó junto a su hermano, le rodeó con el brazo, y se pasaron toda la noche hablando, recordando todas sus andanzas, haciendo planes de futuro. Al alba, la cabeza de su hermano cayó suavemente sobre su hombro; le tomó el pulso y llamó al servicio de urgencias, pero ya era tarde, el derrame cerebral fue fulgurante, tal como le confirmó posteriormente el médico.

Desesperado, perdió las ganas de vivir e intentó suicidarse, pero en ninguna de las múltiples ocasiones consiguió su fin; una llamada anónima, alguien que pasaba por allí por pura casualidad, descubría su cuerpo agonizante que, una y otra vez, era curado en contra de su propia voluntad. Hasta que comprendió que no podía morir si, antes, no veía el resplandor sobre su propia cabeza.

Desde entonces, y ya han pasado 40 años, no ha vuelto a salir de casa. No quiere ver a nadie, no quiere saber algo terrible a lo que no es capaz a poner remedio. Vive encerrado en una habitación cubierta de espejos, esperando el resplandor rojizo.

La banda sonora la pone Rubén Blades: