Una historia vergonzosa
Dicen que la especie humana evoluciona, que la sociedad avanza. Que estamos inmersos en una globalización en la que todos tendemos a ser iguales, independientemente de nuestros orígenes. Sin embargo, en esas sociedades en las que presumimos de estar más avanzados, de estar más distanciados de nuestros ancestros animales, se producen continuamente situaciones que contradicen toda esta supuesta evolución. Ver un color de piel, unos rasgos faciales o, simplemente, un acento diferente al habitual, es suficiente para desatar reacciones de miedo, odio o rechazo.
Hoy mismo me ha contado un amigo, de origen senegalés, que al salir del Carrefour, el vigilante jurado lo ha detenido de malos modos y se lo ha llevado a una sala mugrienta escondida debajo de las escaleras. La encargada de la panadería, con los ojos fuera de sus órbitas, le ha sometido a un cacheo de más de cinco minutos, alegando que llevaba escondida una baguette en el pantalón. Evidentemente, se trataba de un error, y finalmente le dejaron marchar si que nadie le pidiera disculpas.
Y no es la primera vez: la semana pasada fue la encargada de la charcutería la que lo cacheó, acusándole de que llevaba oculto bajo sus pantalones un salchichón de primera, y hace dos semanas fue la frutera la que le sometió al abuso, asegurando que le había visto esconder, por el mismo método, una berenjena de cultivo ecológico.
El pobre asegura que ya está harto de que pisoteen sus derechos, y que no piensa volver por ese establecimiento, sobre todo porque al marchar, oyó decir al responsable de ferretería: "la semana que viene lo cacheo yo, que seguro que lleva un termo de 2 litros..."